¿Capuchas en la universidad pública?

Por Leonardo Gil *

Recientemente he tenido que ver desfilar en la pantalla de mi vetusto televisor decenas de periodistas, concejales y congresistas que denuncian con escándalo la presencia de encapuchados en la Universidad Distrital, quienes, esta vez bajo las banderas de las FARC, hicieron gala del mamertismo político que se repite hasta el vértigo en las instituciones públicas del país.
Después de ver una y otra vez el video con el cual se acusa al rector de la universidad, Carlos Ossa, de permitir que este grupo de sujetos hagan una apología al delito y a la subversión (palabra que en Colombia pertenece a un campo semántico minado mientras Jacques Derrida solloza en la profundidad de su tumba), no me ha quedado más que sentarme a pasar otro trago amargo que el maridaje funesto entre los medios de comunicación y la ultraderecha del país, nos embute a bocanadas a quienes accedemos a la educación pública y nos formamos en ella, mediante el desprestigio al que someten día a día a las universidades públicas y sus estudiantes, casi siempre, bajo la palabra de moda que sirve para descalificar y condenar a quien se deje: ‘terrorista’.
Me gustaría saber si la señorita Parodi, la señora Gurisatti y cuanto concejal ha elevado su cacareo de censura se acaban de dar cuenta que en las universidades públicas hay ‘tropeles’ y ‘capuchos’ que, con las mismas palabras gastadas claman por una justicia necesaria y tan lejana como variantes sus motivos o excusas para salir a ‘echar piedra’. Y me permito informar a los sonrojados padres de la patria que estos sujetos llevan décadas mostrándose, que no son un mito urbano y que muchos de ellos creen firmemente que su voz y su capucha generarán adeptos entre sus compañeros de clase, porque, hay que decirlo, la gran mayoría de ellos, son estudiantes.
Ni los defiendo ni los acuso: la universidad pública, a diferencia de la privada, goza de una diversidad poblacional tan grande que en ella confluyen absolutamente todas las (más)caras de la cambiante moneda que representa la realidad nacional, de manera que quien busque, encontrará en ella, desde el vendedor ambulante (que para el caso es un estudiante que vende dulces para hacer lo de los buses), hasta el lagarto que asciende en la pirámide burocrática gracias a la catapulta del movimiento estudiantil, al que en unos años seguro denunciará airadamente y tildará de terrorista lo que tantas veces arengó al verlo pasar frente a sus narices.
En este crisol bulle la realidad nacional, y un estudiante que tenga más de dos dedos de frente podrá contemplarla en todo su pútrido esplendor y, por supuesto, deberá asumir una postura crítica frente a ella. Y aquí cabe otra pregunta: ¿habrá tenido la señorita Parodi acceso a algún video en el que grupos paramilitares con las mismas capuchas negras han amenazado a la comunidad universitaria? Y aún así, ni ellos ni los anteriores han logrado lo que un tercer grupo, que también suele aparecer, hace a menudo: ¿Tendrá la señora Gurisatti imágenes de un grupo de encapuchados con escudo y gases lacrimógenos golpeando a los estudiantes?
¡Cuál es el escándalo!, en la universidad pública es inevitable que este tipo de personajes se hagan presentes, es la realidad nacional en una expresión mínima. Y seguirán apareciendo, como siguen muriendo obreros, estudiantes y campesinos en manos de paramilitares, guerrilleros, ejército y policía, porque como dijo una reconocida artista nacional en este mismo medio: “Aquí nadie es inocente”. No debería ser así, pero mientras en este país la inversión en la guerra sea superior a la inversión en educación, será inevitable que sus estragos queden al margen de las aulas.
En lugar de centrar su mirada en cuanta situación puedan calificar con el omnipotente mote de ‘terrorismo’, los medios deberían contribuir a la construcción de la Universidad Pública, harto deteriorada en lo últimos años. Si quieren un escándalo referente a la Universidad Distrital deberían preguntarse por la calidad de gestión de sus directivos, los niveles de clientelismo, por las últimas publicaciones, el déficit pensional, o simplemente por la condición de las instalaciones… Como estudiante de la Universidad Distrital, les digo que me avergüenzo de sus directivas, hace más de dos años no veo una publicación de mi carrera, el edificio al que asistí es un problema de seguridad pública, la mitad de los profesores que me dieron clase fueron mediocres y perezosos amigos de no sé quién, muchas veces recibí clases o almorcé sentado en el piso, y cada vez que escucho hablar a un representante estudiantil siento más asco del que me produce entrar a un baño de la universidad (quienes conozcan sus charcos y emanaciones, sabrán que esto es mucho decir).
Que un capucho salga o no a arengar cualquier cosa, es algo que ha pasado desde hace más de 40 años y en nada ha cambiado la situación de la educación pública o la del país; no es más que una muestra, repito, de lo que pasa a diario en los barrios, en los pueblos, en el campo…

* Poeta y periodista colombiano. Director del colectivo literario El Ático

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