Cyril Conolly: Confabulador clásico

Se trata de un espíritu burlón que, bebiendo la sustancia de Baudelaire y Pascal, La Rochefoucauld y La Bruyére, Lichtenberg y los pre-socráticos, logró una acongojante simbiosis de poesía y pensamiento, de racionalidad y vitalismo, de lucidez y cinismo. Sus libros –especialmente La tumba sin sosiego y Enemies of Premise- se han convertido con los años en dos objetos de culto, cada vez menos editados, seguramente porque contienen duras videncias sobre la literatura, el amor, la política, las vanidades y los protagonistas de la historia. Nació en Coventry, Inglaterra en 1903 y fue un incansable obrero de la imaginación crítica. Sus estallidos verbales nos dejan exhaustos, abatidos, dichosos, presos a la vez del dramatismo y la risa. Adelante algunas significativas muestras de su Tumba sin sosiego, libro que debería ser leído por todos los aspirantes a escritores y, mejor aún, por todos los aspirantes a seres humanos.

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Los poetas discutiendo sobre la poesía moderna: chacales gruñendo en torno de un manantial seco.

¿Cuántos libros escribió Renoir sobre cómo debe pintarse?

No podemos pensar si no tenemos tiempo de leer, ni sentir si nos hallamos emocionalmente agotados, ni crear con materiales deleznables lo llamado a durar. No podemos coordinar lo que no tenemos.

A medida que envejecemos descubrimos realmente que las vidas de la mayoría de los seres humanos sólo valen en la medida en que contribuyen al enriquecimiento y la emancipación del espíritu. Por seductoras que puedan ser las gracias animales en nuestra juventud, si en nuestra madurez no nos han ayudado a enmendar una sola letra del texto corrupto de la vida, nuestro tiempo se habrá malgastado. Cumplidos los treinta y cinco, no vale la pena conocer a nadie que no tenga algo qué enseñarnos: algo más de lo que podríamos aprender nosotros mismos en un libro.

Cuando empezamos a hacer daño a los seres que amamos es cuando la culpa con la que hemos nacido se hace intolerable, y como todos los que amamos intensamente y de continuo llegan a formar parte de nosotros, y como nos odiamos a nosotros mismos en ellos, de ahí que nos torturemos de consuno a nosotros y a ellos.

El objeto de amar es acabar con el amor. Lo conseguimos a través de una serie de amores desdichados o, si no hay estertores, a través de un amor feliz.

La unión sexual plena y mutua entre dos seres es la sensación más rara que puede ofrecer la vida. Pero no es absolutamente real. Basta que suene un teléfono para que se interrumpa. Solamente añadiendo en ella cada vez más infelicidad (celos, separación, duda, renunciamiento) o cada vez más artificialidad (alcohol, drogas, técnica, efectos escénicos) es posible sostener en su fuerza original una pasión semejante. El que no la ha sentido jamás vivió; el que vive solo para ella, solo vive en parte.

Pagamos el vicio con el conocimiento de que somos perversos; pagamos el placer cuando descubrimos demasiado tarde que no somos nada; sus cuentas son llevadas en moneda menuda, pero el total es irremediablemente alto.

Bajo la máscara de la serenidad egoísta nada hay salvo amargura y tedio. Yo soy uno de esos seres a los que el sufrimiento hizo frívolos y vacuos; cada noche, en mis sueños, me arranco la costra de una llaga; cada día, consuetudinario y vacío, la dejo formar de nuevo.

Cuando contemplo la acumulación de culpa y remordimiento que, como un tacho de basura, llevo a través de la vida, y que es alimentado no sólo por las más leves acciones sino también por los placeres más inofensivos, siento que el hombre es, de todas las cosas vivas, la más biológicamente inepta y la peor organizada. ¿A qué haber logrado un compás de setenta años de existencia para no hacer otra cosa que emponzoñarla irremediablemente por el solo hecho de ser? ¿A qué haber arrojado la conciencia como una rata muerta, a que se pudra en el pozo?

No es una respuesta decir que nuestra finalidad es liberarnos del Yo: Las religiones como el cristianismo y el budismo son desesperadas estratagemas del fracaso, el fracaso de los hombres para ser hombres. Pueden resultar eficaces como escapatorias del problema, como fugas de la culpa, pero no pueden constituir la revelación de nuestro destino. ¿Qué pensaríamos de monasterios de perros, de gatos eremitas, de tigres vegetarianos? ¿De pájaros que se arrancasen las alas, de toros que llorasen de remordimiento? Sin duda está en nuestra naturaleza de seres humanos el realizarnos como tales, pero no obstante queda esa falla mortal que nos hace sentirnos más culpables cuanto más humanamente seguros, y más dignos de lástima cuánto más triunfantes. ¿Es esto porque el cristianismo tiene la razón? ¿O es un efecto radical de la propaganda a favor del derrotado? ¿Cuándo empezó a apestar el ego? Los que fuimos educados como cristianos y perdimos la fe conservamos, oscuramente, el sentido cristiano del pecado sin el sentimiento radical de la redención.

¡Qué sandez el tal pecado original¡ La expulsión del edén es un acto de rencor vengativo, mujeril. La caída del hombre, tal como aparece contada en la Biblia, es en realidad la caída de Dios.

Aunque nuestra literatura sufre hoy la decadencia de la poesía y el declinar de la novela, nunca ha habido tantos poetas y novelistas; y ello porque ni el poeta ni el novelista afrontan sus respectivas dificultades. Los poetas irresponsables que simulan la inspiración pisotean la flor de un idioma tan brutalmente como el político y el periodista; con su desidia, mellan y debilitan el curso normal de las palabras. Muchos poetas del periodo de guerra ni siquiera hacen el menor esfuerzo; semejante a niños que jugasen en una mesa de billar sin saber para qué sirven los tacos y las bolas. La misma dificultad se ofrece a los novelistas que no saben ya desarrollar los caracteres, las situaciones ni la intriga. Flaubert, Henry James, Proust, Joyce y Virginia Wolf acabaron con la novela. Todo tendrá ahora que ser re-inventado de pies a cabeza.

Iluminación: “La misma melancolía no es sino un recuerdo que se ignora” (Flaubert)

El arte es recuerdo: recuerdo repuesto en escena.

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