Diez revelaciones árabes

Las voces de la poesía árabe, tan desconocidas entre nosotros como casi todo lo que vale la pena, constituyen uno de los coros más vitales y sorprendentes de la hora actual. Como si las heridas brutales que son su alimento y su nutriente diario, al contrario de minarlas las fortalecieran, en ellas se produce el milagroso tránsito de lo atroz a lo sublime, del dolor a la belleza, de la expectación a la esperanza.

En el número 19 de la revista Común Presencia, que aparecerá la próxima semana cargada de frutos esplendorosos y prohibidos, este fenómeno poético se despliega profusamente adquiriendo el matiz de una revelación. Diez revelaciones para ser más exactos: Joumana Haddad, Ounsi El Hage, Qassim Haddad, Youssef Al Khal, Abbas Beydoun, Muhsin Al-Ramli, Paul Chaul, Issa Makhlouf, Amal Nawwar, Akl Awit. 19

Como un deleitoso abrebocas, y antes de registrar en la próxima edición los otros materiales que componen la Común Presencia, presentamos aquí un bello poema de Muhsin Al-Ramli, nacido en Irak (1967), quien actualmente reside en España. Autor de: Regalo del siglo que vieneEn busca de un corazón vivo (1997); Hojas lejanas del Tigris (1998); Migajas esparcidas (Novela- 1999), Premio Arkansas 2002 por la versión inglesa: Scattered Crumbs; y Las felices noches del bombardeo (2003). Coeditor de la revista cultural Alwah. (1995);

Su poema, escrito desde el pálpito personalísimo de un pueblo, tiene, no obstante, demasiado que ver con nosotros, para demostrar una vez más que la poesía es la única presencia esencialmente universal.


No a liberar a Irak de mí

Esta tinta derramada en vuestra prensa
es la sangre de mi país.
Esta luz diluviada de vuestras pantallas
es el brillo de los ojos en los niños de Basora.
Éste que está sollozando en la oscuridad
de su exilio
soy yo;
huérfano después de que hayáis matado a mis padres: Tigris y Éufrates;
Viudo después de que hubierais crucificado
la pareja de mi alma: Irak
Oh... por ti, tierra mía: crucificada
de entre las regiones.


Ay... de vosotros, señores de la guerra
Escuchadme:
No a la fiesta de los ejércitos en el tejado
de mi casa.
No al verdugo que habéis plantado
o al que vais a plantar.
No a vuestra libertad caída sobre las cabezas
de mi gente en bombas
No a liberar Irak de mí o a mí de él.
Yo soy Irak.


Mis hierbas son las letras y sé lo que quiero.
Dejadme a mí mismo, a mi rabel
y a vuestra ausencia.
Volved a vuestras películas detrás del océano.
Dejad para mí lo que queda
de los minaretes, de los mausoleos
de mis ancestros,
de las tumbas de mi familia, ...
Y bebed de las copas del petróleo
hasta que os saciéis.


Robad la miel del azufre y la arena del desierto.
Llevad con vosotros vuestros clientes.
Llevaos al dictador con cada parte de vosotros que ha comprado con mi sangre.
Llevad lo que queráis y marchad,
dejadme solo
con lo derribado de los sueños de mi hermana,
con el incendio de las palmeras en las orillas de Mesopotamia,
con los huesos de mi padre
y el té de la merienda.
Dejadme solo
con las canciones tristes del sur,
con la danza degollada del norte
y con el pavo real de los Yasidíes.

Dejadme solo
curando las heridas de mi tierra Irak

Solo...
igual que María...
solo con mi solitario...
Mi país: el crucificado de entre las regiones.
Sabré cómo animar su resurrección.


Sabré cómo renacer de su ceniza.
¿Acaso habéis olvidado que él es el creador
del Fénix?
Ay, un infierno, para vosotros señores
de la guerra
Escuchadme:
No asustéis a las nubes de Bagdad
con vuestros aviones.
No sembréis soldados en nuestro jardín.
No quitéis la chilaba a mi madre.
No. Grito no a liberar Irak de mí o a mí de él.

Yo soy Irak.
Las aldeas han florecido de mi abrigo,
y sé lo que quiero.
Dejadme a mí mismo, a mi familia
y a vuestro olvido.

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