Viejo Andonoff

Por Sonia Andonoff Gutiérrez

El pasado quince de julio nos dejó uno de los últimos libreros de oficio que quedaban en Bogotá. Jorge Enrique Andonoff, un hombre que comenzó su vida como campesino en Cundinamarca y la terminó como propietario de la Librería Editorial La Gran Colombia, fundada en 1942, por el abogado Carlos H. Pareja; lugar de tertulia que reunió a lo más granado del mundo intelectual y político bogotano durante la segunda mitad del Siglo XX.

El “Viejo Andonoff”, como era conocido por sus amigos cercanos, se crió en Guachetá y su vida habría transcurrido entre los caballos, como excelente chalán, de no ser porque a principios de la década de los cuarenta un vecino de la finca donde laboraba, el doctor Carlos H. Pareja, más conocido como Simón Latino, le regaló tres libros que devoró con entusiasmo: “Nuevo Lector Colombiano”, “La Filosofía de Politzer” y “El Manifiesto Comunista”.

Una vez contraído el virus de la lectura, don Jorge Enrique decidió abandonar el oficio de caballista y se vinculó a la librería Gran Colombia, fundada y administrada por Simón Latino.

Debido a los acontecimientos del 9 de Abril, Carlos H. Pareja, se vio obligado a abandonar el país y por ello hizo sociedad con Andonoff y con Jorge Mora en la propiedad de la librería. En 1953 Pareja decidió venderles a sus socios su parte del negocio y se inició una etapa que duraría hasta finales de la década de 1980, con la muerte del señor Mora.

En vista de que los herederos de Mora no estaban interesados en seguir con el negocio, un grupo de contertulios optó por comprar su parte. Este nuevo acuerdo duró hasta 1993, cuando el Viejo quiso retirarse de la vida pública y vendió sus acciones.

El viejo Andonoff fue sin lugar a dudas un confabulador clásico, que mantuvo su escepticismo frente a la autoridad, la religión y el ejercicio de la política, hasta el último día de su vida. Una síntesis de su arte, se recoge en la siguiente nota:

Autobiográficos y/o autobibliográficos?

Nos hemos dado cita para saludar a un hombre. Alguien con quien he vivido un desmesurado compromiso afectivo que inhabilita y legitima simultáneamente el discurso. Le inhabilita en lo particular y legitima en lo universal. En lo primero inevitable la anécdota autobiográfica: me rememoro deambulando por estas céntricas calles, párvula impresionable, con el corazón y todo mi ser vibrando -todo mi interior lugar de jolgorio y algarabía- ante la proximidad de personajes y países de fábula, lugares donde las tristezas y desesperanzas alcanzaban siempre un buen final- Ir paseando, ir llegando a nuevas formas de observación que en concordancia con los intereses y aficiones iban marcando el paso, abriendo trocha desde la aventura, la fantasía, la poesía, hasta la ciencia… remontarme a los personajes, ya no los bosquejados o imaginados sino aquellos concretos aprehensibles que igualmente tatuaron impresiones, caracteres… el listado implicaría recopilar cincuenta años de historias de periodistas, literatos, hombres de leyes, médicos, economistas, otros libreros, etc., y si ha sido complejo armar el panorama para un solo hombre, cómo habremos de pensar ,imaginar, dimensionar la trascendencia de lo que ha sido para la historia cultural, política, social de esta ciudad y del país todo? Caemos en lo segundo: lo universal.

En nombre de todos los escritores con sus correspondientes discursos de infinita temática, discursos organizados en naturalezas diversas árboles-hojas, libros, lenguajes, técnica-poesía, frivolidad-sensibilidad