Contra los poetas
Apasionante el rival, deslumbrante el otro y su sabia adversidad, hermoso que el contrincante sea el que tiene la razón, paradisiaco el divertimento de asumir la posición de aquellos que habitan las antípodas de nuestras más arraigadas creencias, salubre poner a prueba los íconos de nuestra mitología y descubrir con Walt Whitman: “claro que me contradigo/ contengo en mí multitudes.” Alguna vez se ha discutido la validez o inconveniencia de andar por ahí proclamándose poeta, o elevando el ejercicio de la palabra esencial al discutible rango de profesión. Declararse poeta es como afirmar que se es profesional en Budismo, decretarse poeta tiene algo de rimbombante y menesteroso, y en no pocas ocasiones se convierte en otra de las máscaras hórridas de la apariencia.
No dejará de parecer increíble que Con-fabulación publique un número casi entero en el que, por lo menos en apariencia, se despotrica contra los poetas, siendo estos el nutriente esencial de la publicación, y consagrados todos los que la escribimos a defender la poesía como la supervivencia de la verdadera existencia en un mundo donde reinan los espectros risibles y estúpidos.
Lo que sucede es que la poesía, ámbito sagrado, también es un receptáculo de farsas: de suicidas apócrifos, falsos mártires, ambiciosos demiurgos imbricados en el edificio del poder, ridículos remedos de los dioses caídos o fantoches cuasi sensualistas tan desprovistos de sensualidad que resulta más erótica una enfermedad terminal y, por sobre todo, inocuos y vanidosos escribidores sitibundos de ganar premios, de que se les lea cada minuto un poema escrito especialmente para figurar en la Internet, de que se les conceda aunque sea un mínimo espacio en la memoria y de que se les venere a cualquier precio. Se trata de una desapacible estirpe, los liricomaniacos, que busca a toda costa el reconocimiento e infesta la red como los espectros a las pesadillas: son la más pura caricatura de lo poético, y con frecuencia, sospechamos, como algún personaje de la literatura latinoamericana, que “Detrás de sus palabras ya no quedan recuerdos”.
Por ese motivo publicamos la siguiente deleitosa joya del maestro polaco Witold Gombrowicz, el mismo que alguna vez les gritara a los jóvenes escritores argentinos: “muchachos, maten a Borges”, seguida de una pieza magistral del gran poeta francés René Char (“Hiciste bien en partir”) donde queda demostrado que la pupila de un genio detecta de manera fulminante a los poetastros. Son dos páginas prodigiosas y ponen a prueba nuestra capacidad de resistir, de comprender y de apreciar al otro, al diferente, al detractor. Y, además, nos recuerdan que, parafraseando al adusto Lenin: “la poesia no debe cuidarse tanto de sus enemigos como de sus malos amigos”.
SERÍA más razonable de mi parte no meterme en temas drásticos porque me encuentro en desventaja. Soy un forastero totalmente desconocido, carezco de autoridad y mi castellano es un niño de pocos años que apenas sabe hablar. No puedo hacer frases potentes, ni ágiles, ni distinguidas, ni finas, pero ¿quién sabe si esta dieta obligatoria no resultará buena para la salud? A veces me gustaría mandar a todos los escritores del mundo al extranjero, fuera de su propio idioma y fuera de todo ornamento y filigranas verbales, para comprobar qué quedará de ellos entonces. Cuando uno carece de medios para realizar un estudio sutil, bien enlazado verbalmente, sobre, por ejemplo, las rutas de la poesía moderna, empieza a meditar acerca de esas cosas de modo más sencillo, casi elemental y, a lo mejor, demasiado elemental.
No cabe duda de que la tesis de esta nota: que los versos no gustan a casi nadie y que el mundo de la poesía versificada es un mundo ficticio y falsificado, parecerá desesperadamente infantil; y, sin embargo, confieso que los versos no me gustan y hasta me aburren un poco. Lo interesante es que no soy un ignorante absoluto en cuestiones artísticas ni tampoco me falta la sensibilidad poética; y cuando la poesía aparece mezclada con otros elementos, más crudos y prosaicos, por ejemplo en los dramas de Shakespeare, en las obras de Dostoievski, de Pascal, o, sencillamente en el crepúsculo cotidiano, tiemblo como cualquier mortal. Lo que difícilmente aguanta mi naturaleza es el extracto farmacéutico y depurado de la poesía que se llama "poesía pura" y, sobre todo, cuando aparece versificada. Me cansa el canto monótono de esos versos, siempre elevado, me adormecen el ritmo y la rima, me extraña dentro del vocabulario poético cierta "pobreza dentro de la nobleza" (rosas, amor, noche, lirios), y a veces sospecho que todo ese modo de expresión y todo el grupo social que a él se dedica padecen de algún defecto básico.
Yo mismo creía al principio que esto se debía a una particular deficiencia de mi "sensibilidad poética" pero cada vez tomo menos en serio los slogans que abusan de nuestra credulidad. No hay cosa más instructiva que la experiencia y por eso empecé a realizar algunas muy curiosas: leía cualquier poema alterando intencionalmente su orden de tal suerte que se convertía en un absurdo y ninguno de mis oyentes (finos y cultos, por cierto y fervientes admiradores de aquel poeta) advertía la treta; o, analizando en forma detallada el texto de un poema más extenso, comprobaba con asombro que los "admiradores" ni siquiera lo habían leído completo. ¿Cómo puede ser esto entonces? ¿Admirarlo tanto y no leerlo? ¿Gozar tanto de la "precisión matemática" de las palabras y no percibir una fundamental alteración en el orden de la expresión? Pero lo que pasa es que todo este cúmulo de ficticios goces, admiraciones y deleites está basado sobre un convenio de mutua discreción: cuando alguien declara que le encanta la poesía de Valéry es mejor no acosarlo demasiado con indiscretas investigaciones, porque entonces se pondría en evidencia una realidad tan distinta de todo lo que nos imaginamos, y tan sarcástica, que nos sentiríamos sumamente molestos. El que deja por un momento las conversaciones del juego artístico, enseguida tropieza con un enorme montón de ficciones y falsificaciones, cual un escolástico escapado de los principios aristotélicos.
Me encontré, pues, cara a cara con el siguiente dilema: miles de hombres hacen versos; otros miles les demuestran gran admiración; grandes genios se expresan por medio del verso; desde tiempos inmemoriales el poeta y los versos son venerados; y frente a esa montaña de gloria -yo, con mi convicción de que la misa poética se efectúa en el vacío casi completo.
¡Valor, señores! En vez de huir de ese hecho expresamente, tratemos de buscar sus causas como si fuese un hecho como cualquier otro.
Poesía pura y azúcar puro
¿Por qué no me gusta la poesía pura? Por las mismas razones por las cuales no me gusta el azúcar "puro". El azúcar encanta cuando lo tomamos junto con el café, pero nadie se comería un plato de azúcar: sería ya demasiado. Es el exceso lo que cansa en la poesía: exceso de la poesía, exceso de palabras poéticas, exceso de metáforas, exceso de nobleza, exceso de depuración y de condensación que asemejan los versos a un producto químico.
¿Cómo hemos llegado a este grado de exceso? Cuando un hombre se expresa en forma natural, es decir en prosa, su habla abarca una gama infinita de elementos que reflejan su naturaleza entera; pero he aquí que vienen los poetas y proceden a eliminar gradualmente del habla humana todo elemento apoético, en vez de hablar empiezan a cantar y de hombres se convierten en bardos y vates, consagrándose única y exclusivamente al canto. Cuando un trabajo semejante de depuración y eliminación se mantiene durante siglos llégase a una síntesis tan perfecta que no quedan más que unas pocas notas y la monotonía tiene que invadir forzosamente el campo del mejor poeta. El estilo se deshumaniza; el poeta no toma como punto de partida la sensibilidad del hombre común sino la de otro poeta, una sensibilidad "profesional" y, entre los profesionales, se crea un lenguaje tan inaccesible como los otros dialectos técnicos; y, subiendo unos sobre los hombros de otros, forman una pirámide cuya punta ya se pierde en el cielo, mientras nosotros nos quedamos abajo algo confundidos. Pero lo más importante es que todos ellos se vuelven esclavos de su instrumento porque esa forma es ya tan rígida y precisa, sagrada y consagrada que deja de ser un medio de expresión: y podemos definir al poeta profesional como un ser que no se puede expresar a sí mismo porque tiene que expresar los versos.
Por más que se diga que el arte es una especie de clave, que el arte de la poesía consiste precisamente en lograr una infinidad de matices con pocos elementos, tales y parecidos argumentos no ocultarán el primordial fenómeno de que con la máquina del verbo poético ha ocurrido lo mismo que con todas las demás máquinas, pues en vez de servir a su dueño se ha convertido en un fin en sí; y, francamente, una reacción contra ese estado de cosas parece aún más justificada aquí que en otros campos porque aquí estamos en el terreno del humanismo "par excellence". Existen dos formas de humanismo básicas y diametralmente opuestas: una que podríamos llamar "religiosa" que coloca al hombre de rodillas ante la obra cultural de la humanidad y otra, laica, que trata de recuperar la soberanía del hombre frente a sus dioses y sus musas. El abuso de cualquiera de estas formas tiene que provocar una reacción y es cierto que una reacción así contra la poesía sería hoy totalmente justificada porque, de vez en cuando, hay que parar por un momento la producción cultural para ver si lo que producimos tiene todavía alguna vinculación con nosotros. Posiblemente los que han tenido la oportunidad de leer algún texto artístico mío se sentirán extrañados por lo que digo, ya que soy en apariencia un autor típicamente moderno, difícil, complicado y aun a veces -quien sabe- aburrido. Pero, téngase en cuenta que yo no aconsejo a nadie prescindir de la perfección ya alcanzada, sino que considero que esta perfección, este aristocrático hermetismo del arte deben ser compensados de algún modo y que, por ejemplo, cuanto más el artista es refinado, tanto más debe tomar en cuenta a los hombres menos refinados y cuanto más es idealista tanto más debe ser realista. Este equilibrio a base de compensaciones y antinomias es el fundamento de todo buen estilo, más, en los poemas no lo encontraremos, y tampoco se puede notar en la prosa moderna influenciada por el espíritu de la poesía. Libros como "La muerte de Virgilio", de Herman Broch o aun el celebrado "Ulises" de Joyce resultan imposibles de leer por ser demasiado "artísticos". Todo allí es perfecto, profundo, grandioso, elevado y, al mismo tiempo, nada nos interesa porque sus autores no lo han escrito para nosotros sino para el Dios del Arte.
Pero la poesía pura además de constituir un estilo hermético y unilateral, constituye también un mundo hermético. Y sus debilidades aparecen con más crudeza aún, cuando se contempla el mundo de los poetas en su aspecto social. Los poetas escriben para los poetas. Los poetas son los que rinden homenaje a su propio trabajo y todo este mundo se parece mucho a cualquier otro de los tantos y tantos mundos especializados y herméticos que dividen la sociedad contemporánea. Los ajedrecistas consideran el ajedrez como la cumbre de la creación humana, tienen sus jerarquías, hablan de Capablanca como los poetas hablan de Mallarmé y, mutuamente, se rinden todos los honores. Pero el ajedrez es un juego mientras que la poesía es algo más serio y lo que resulta simpático en los ajedrecistas, en los poetas es signo de una mezquindad imperdonable. La primera consecuencia del aislamiento social de los poetas es que en el mundo poético todo se hincha, y aún los creadores mediocres llegan a adquirir dimensiones apocalípticas y, por el mismo motivo, los problemas de poca monta cobran una trascendencia que asusta. Hace tiempo hubo entre los poetas una gran polémica sobre la famosa cuestión de las asonancias y parecía que la suerte del universo dependía del hecho de si es posible rimar "espesura" y "susurran". Es lo que sucede cuando el espíritu gremial domina al universal.
La segunda consecuencia es aún más desagradable: el poeta no sabe defenderse de sus enemigos. Y así vemos cómo en el terreno personal y social se pone en evidencia la misma estrechez de estilo que hemos mencionado más arriba. El estilo no es otra cosa sino una actitud espiritual frente al mundo, pero hay varios y el mundo de un zapatero o de un militar tiene poco que ver con el mundo de los versos: como los poetas viven entre ellos y entre ellos forman su estilo, eludiendo todo contacto con ambientes distintos, quedan dolorosamente indefensos frente a los que no comparten sus credos. Lo único que son capaces de hacer, cuando se ven atacados es afirmar que la poesía es un don de los dioses, indignarse contra el profano o lamentarse por la barbarie de nuestros tiempos lo que, por cierto, resulta bastante gratuito. El poeta se dirige sólo a aquel que ya está compenetrado con la poesía, es decir a uno que ya es poeta, pero esto es como si un cura endilgara su sermón a otro cura. ¡Cuánta más importancia tiene, sin embargo, para nuestra formación el enemigo que el amigo! Sólo frente al enemigo podemos verificar plenamente nuestra razón de ser y sólo él nos procura la clave de nuestros puntos débiles y nos pone el sello de la universalidad. ¿Por qué, entonces, los poetas huyen ante el choque salvador? Ah, porque carecen de medios, de actitud, de estilo para afrontarlo. ¿Y por qué les faltan estos medios? Ah, porque eluden el choque.
El vate y el ridículo
La más seria dificultad de orden personal y social que debe afrontar el poeta proviene de que él, considerándose superior como sacerdote de la poesía, se dirige a sus oyentes desde más arriba; pero los oyentes no siempre reconocen su derecho a la superioridad y no quieren oírlo desde abajo. Cuanto más aumenta el número de personas que ponen en duda el valor de los poemas y faltan el respeto al culto, tanto más delicada y cercana al ridículo se vuelve la actitud del vate. Mas, por otra parte, crece también el número de los poetas y a todos los excesos de la poesía ya enumerados hay que añadir el exceso de bardos y el exceso de versos.
Estas ultrademocráticas cifras minan desde el interior la aristocrática y orgullosa actitud del mundo de los poetas y nada más comprometedor, en ese sentido, que cuando se los ve a todos reunidos, por ejemplo, en un congreso: una muchedumbre de seres excepcionales. Un artista que en verdad se preocupe por la forma buscaría alguna salida a este callejón, porque sin duda estos problemas en apariencia sólo personales están estrechamente vinculados con el arte y la voz del poeta no suena bien, ni puede ser seria y convincente mientras él mismo quede ridiculizado por tales contrastes.
Un artista creador y vital no vacilaría en cambiar totalmente de actitud y, por ejemplo, él desde abajo se dirigiría a la gente: como el que pide el favor de ser reconocido y aceptado o como el que canta pero al mismo tiempo sabe que aburre. Podría también proclamar públicamente esas antinomias y escribir sus versos sin estar satisfecho de ellos y anhelando ser cambiado y renovado por el choque regenerador con los demás hombres. Pero no es posible exigir tanto a los que dedican toda su energía a la "depuración" de su rima. Los poetas siguen agarrándose febrilmente a una autoridad que no tienen y embriagándose a sí mismos con la ilusión del poder. ¡Qué ilusos! De cada diez poemas uno por lo menos cantará el poder del Verbo y la elevada misión del Poeta lo que, justamente, demuestra que el Verbo y la Misión están en peligro... y los estudios o reseñas sobre poesía nos procuran una rara impresión: porque su inteligencia, sutileza y finura están en contraste con el tono que es a la vez ingenuo y pretencioso. Todavía no han comprendido los poetas que de la poesía no se puede hablar en tono poético y por eso sus revistas están llenas de poetizaciones sobre la poesía muy a menudo horripilantes por su estéril malabarismo verbal. A esos pecados mortales contra el estilo los lleva el temor que sienten ante la realidad y la necesidad de encontrar a toda costa una afirmación de su quebrantado prestigio.
Formas de la salvación
La ceguera voluntaria se nota también en ese simplismo tremendo en que caen hombres, por otra parte muy inteligentes, cuando se trata de su suerte. Muchos poetas pretenden salvarse de las dificultades expuestas más arriba declarando que ellos escriben sólo para sí mismos, para su propio goce estético aunque al mismo tiempo hacen lo posible por publicar sus obras. Otros buscan la salvación en el marxismo y afirman con toda seriedad que el pueblo es capaz de asimilar sus refinadísimos y difíciles poemas, productos de siglos de cultura. Ahora la mayoría de los poetas cree firmemente en la repercusión social de los versos y nos dirán extrañados: "Pero cómo puede usted dudar... Vea las muchedumbres que asisten a cada recital poético. ¡Cuántas ediciones se publican! Cuánto se escribe sobre la poesía y cuán admirados son los que conducen a los pueblos por el camino de la Belleza."
No se les ocurre pensar que en un recital poético es casi imposible asimilar un verso (porque no basta escuchar un verso moderno una sola vez para entenderlo), que miles de libros se compran para no ser leídos nunca, que los que escriben en los periódicos sobre poesía son poetas y que los pueblos admiran sus poetas porque necesitan mitos. No se dan cuenta que si las escuelas no enseñasen a los niños el culto de los poetas en sus tristes y tan formales clases de idioma nacional y si este culto no se mantuviera todavía por inercia entre los adultos nadie, fuera de unos pocos aficionados, se interesaría en ellos. No quieren ver que esa supuesta admiración por el canto versificado es en realidad el resultado de muchos factores como la tradición, la imitación y, aun otros como el sentimiento religioso o la afición deportiva (porque asistimos a un recital poético del mismo modo que a una misa -sin comprenderlo- y sólo cumpliendo un acto de presencia frente a un rito; y porque nos interesa la carrera de los poetas hacia la gloria así como nos interesan las carreras de caballos); no, ese complicado proceso de la reacción de las multitudes se reduce para ellos a la fórmula: "el verso encanta porque es bello..."
Que me disculpen los poetas. Yo no los ataco para molestarlos y gustoso tributaré homenaje a los altos valores personales de muchos de ellos; sin embargo ya se ha colmado el cáliz de sus pecados. Hay que abrir las ventanas de esta hermética casa y sacar sus habitantes al aire fresco, hay que sacudir la pesada, majestuosa y rígida forma que los abruma. Poco me importa que digáis pestes de mí y de mi nota -¿acaso puedo esperar que aceptéis un juicio que os quita la razón de ser?- Y, además, mis palabras están destinadas a la nueva generación. El mundo se vería en situación desesperada si cada año no entrase un nuevo contingente de seres humanos, frescos, libres del pasado, no comprometidos con nadie ni con nada, no paralizados por puestos, glorias, obligaciones y responsabilidades, seres, en fin, no definidos por lo que ya han hecho y por lo tanto, libres para elegir.
¡HICISTE BIEN EN PARTIR, ARTHUR RIMBAUD!
Por René Char
¡Hiciste bien en partir, Arthur Rimbaud! Tus dieciocho años refractarios a la amistad, a la malevolencia y a la necedad de los poetas de París, así como al ronroneo de abeja estéril de tu familia de las Ardenas, un poco loca, hiciste bien en esparcirlos al viento de alta mar, en arrojarlos bajo la cuchilla de su precoz guillotina. Tuviste razón en abandonar el bulevar de los perezosos y los cafetines de los poetastros, a cambio del infierno de las bestias, del comercio con los ladinos y del saludo de la gente sencilla.
¡Este absurdo impulso del cuerpo y del alma, esa bala de cañón que da en el blanco haciéndolo detonar, sí que es una vida de hombre! No se puede estrangular indefinidamente al prójimo al salir de la infancia. Aunque los volcanes casi no cambian de lugar, su lava recorre el gran vacío del mundo y le aporta virtudes que cantan en sus llagas.
POR UNA PRENSA LIBERTARIA
Porque cada día, al abrir la página del periódico o encender el aparato de televisión, nos encontramos con una realidad postiza, lejana de nuestros intereses, nuestros anhelos y nuestras expectativas.
Porque no parece justo que la verdad haya sido falazmente vendida a un grupo de mercaderes feroces que la han convertido en otro de su productos.
Para que se sepa en todas partes que el gran jefe de redacción, el editor supremo de nuestras revistas y periódicos habituales no es otro que la hambrienta pauta publicitaria.
Para que se conozca que los grandes figurines e ídolos de la gran prensa -deidades para incautos- basan su fama en el trabajo infatigable, anónimo y mal pago de sus reporteros.
Para que nadie ignore que a la prensa convencional no le interesa la verdad sino cuando esta produce dividendos y fortalece a los patrones, y que esos patrones utilizan el periodismo para fortalecer las puertas de su oneroso castillo.
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El melodrama y la simplicidad
Hallamos ejemplos de ciertas obras, narrativas, en su mayoría, que constituyen una forma de comercio: la promoción de ciertos nombres, creadores de una literatura ligera, de distracción, de lectura fácil; obras lanzadas al mercado “con los mismos fines de lucro que una marca de jabón o de pasta dentífrica”. Sobre este fenómeno de efectivo marketing, es menester indicar la relación que existe entre publicidad y literatura, siendo esta última, en casos muy destacados, una criada del comercio. Muy pocos autores escapan a la maquinaria de muchedumbres. Lo que le importa a las grandes editoriales, además de vender, es generalizar la lectura como un acto de entretenimiento puro, disfrute y recreación. Nada de reflexión, imaginación profunda y creación trascendente. Es el tiempo de los escritores cortesanos, los que escriben para satisfacer las demandas exteriores, lo que la moda, el mercantilismo y las instituciones oficiales definen. Basta con observar las obras o productos que ofrecen: manida e irregular literatura. Luego de su lectura es posible asegurar las serias limitaciones que dichas obras poseen en cuanto a arte narrativo: su falta de equilibrio estructural, la ausencia de articulación de los sucesos, la incoherencia de ciertos personajes y acontecimientos.
A primera vista la armazón de las obras posee elementos sueltos o gratuitos. No hay una clave de composición que les de coherencia. La dispersión es su característica. La unidad orgánica se sacrifica tras la simplicidad, dado que el conjunto de recursos estilísticos es bastante restringido.
Su técnica consiste en relatar, lineal y escuetamente, episodios vividos por un narrador, en forma continua e irreversible. No existe ninguna modalidad divergente frente a la labor directa de narrar, ni artificios, modos o requerimientos de composición. Más que el aspecto formal, a los autores les importa fijar la sustancia narrativa, es decir, la suma de anécdotas, sucesos y percances, fenómeno llamado narración por acumulación, reunión de información, mero registro de hechos (escandalosos, pornográficos, casi siempre), sumatoria de ellos. ¿Escasez de recursos, falta de talento artístico, ausencia de ingenio, poco dominio del oficio, precocidad natural, actitud ingenua?
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Decíamos que hay lecturas de obras narrativas, las cuales dejan una gran preocupación relativa al tratamiento del escrito y su escasa calidad en cuanto a producto artístico literario. No pasan de ser simples textos donde se reproduce indiscriminadamente una serie de exposiciones, vagas indicaciones, haciendo gala de un discurso ordinario, referencial y conversacional, tributario a su vez de las demandas de ciertas novedades impuestas. Es decir, no son más que una descripción de sucesos, representación que carece, por el contrario, de una estructura narrativa que procure el equilibrio entre la realidad y la utopía, lo evasivo y la fábula.
Pareciera que el autor inventara una historia o una sucesión de acontecimientos concatenados. Pero la narración acaba por convertirse en reproducción de la realidad, porque la parte interpretativa de esa realidad se encuentra ausente, o sea, el modo específico y especial de enfocar o ver el mundo. No hallamos la “verdad subjetiva” del creador, el papel de la imaginación que se una al potencial de vitalización para producir unos efectos más plenos en la invención narrativa. Comprobamos que la obra no es fruto de una experiencia única, no repetida, no copiada, resultado de una convicción íntima, personal y nueva. Olvidan los autores que la auténtica literatura artística “se da únicamente cuando hasta lo más exterior tiene una significación interna, y cuando hasta lo más íntimo se convierte en forma”.
Sólo les importa la exactitud realista y no el balance necesario entre la verosimilitud y la inverosimilitud. El elemento realista está sobredimensionado más no la instancia espiritual, lo que llamamos la configuración libre de los elementos de la vida real, dotados de afecto e imaginación. Existe una captación directa de la realidad, pero dicho empirismo jamás se transfigura con el fin de construir seres y ambientes con algún gesto de irrealidad, acto vinculado con la invención.
Es una escritura carente de meditación y de reflexión, y por lo tanto de indagación y talento.
La ausencia de unidad de la narración produce episodios innecesarios y digresiones inútiles. Es notable también la escasez de recursos estilísticos para llevar a cabo la recreación artística, hecho que impulsa al texto a convertirse en una exposición lineal, sin la suficiente dimensión humana de los hechos, originalidad, intensidad y variación de los objetos, sucesos y sujetos representados.
El argumento es entendido como mera sumatoria de informaciones. Los contenidos son simples, pues los acontecimientos reales o ficticios carecen de una elaboración filosófica o de sustancias psicosociales o psicofisiológicas de profundidad.
Es tan limitada la concepción de la obra que el argumento no ordena las secuencias hacia un clímax. Al no existir fuerzas internas, el conflicto se identifica con lo externo, provisto de un desarrollo previsible a través de los episodios, acontecimientos, incidentes y escenas.
El asunto que inspiró directamente a la narración es común, unido a ello la poca habilidad en el manejo y originalidad de su tratamiento. Deducimos que la “materia prima” no se vincula con sus propias observaciones y vivencias interiorizadas, es decir, los hechos no hacen parte de su experiencia.
La formulación del tema o idea fundamental es vaga o imprecisa. Los detalles sobresalientes no se justifican y las contradicciones afloran, por lo que la estructura total de las obras se torna incoherente. De tal forma que los acontecimientos y los detalles no contribuyen a la comunicación del tema central, no producen un efecto explícito ni simbólico.
Pareciera que son suficientes para los autores los estímulos externos, sus fuentes de información. La tensión nunca aparece debido a la superficialidad de las acciones.
La intención es describir en forma casi fotográfica las situaciones de un espacio. Aquí prima la oralidad (escriben desde el modo común del habla), sin intentar apropiarse de los recursos estilísticos de la novela. Dicho con otras palabras, la narración corriente semiliteraria (relato oral) y las distintas formas del discurso autoral, literario pero extra artístico (razonamientos morales, las descripciones sociales y los excesos retóricos), no se estilizan al entrar en la obra, ni se conjugan en un sistema artístico. Como estas dos unidades, lo oral y lo autoral extra artístico, no se juntan y tampoco se subordinan al conjunto, ellas quedan independientes. Todo queda fragmentado: el habla estilísticamente individualizada del protagonista, el relato de tipo oral del narrador, el léxico, la jerga, las descripciones, en fin, impidiendo la construcción y la revelación del sentido único de la obra, de la totalidad.
Descubre lo anterior una incapacidad para ejercer el dominio de la palabra artística (la forma interna de la palabra), la prosa de la obra (que no es estándar sino artística), de tal modo que se le niega su valor artístico y estético, concediéndole a ella únicamente un determinado valor retórico, perteneciente más a una preocupación moral y especulativa, sin interés en la forma y estructura, en la cohesión de la obra. El texto se limita a ser una larga conjetura o una suposición arbitraria, desordenada. La palabra así concebida no posee intrínsecamente la dialogalidad, la reflexión, el conflicto y la contradicción, emanados del desarrollo de los distintos elementos de la obra.
El escritor se adhiere pasivamente al mundo que representa a través de una palabra directa, inmediatamente dirigida hacia su objeto. Es una palabra objetiva que a veces determina socialmente a los personajes o a las circunstancias, o en otras determina fugazmente el carácter de los mismos. ¿Pero dónde está la palabra ajena, la orientada al menos hacia dos voces?
Como no se disminuye nunca la objetividad, la voz del narrador es única e incólume. No hay estilización, relato del narrador ni un personaje portador de las intenciones del autor u otros personajes que transmitan una palabra con variaciones de acento; una réplica del diálogo; un diálogo oculto o un espacio auténtico para la palabra ajena y su influencia transformadora.
Dada su superficialidad, contemplación, facilismo y poca elaboración, es un ejemplo y una lección clara de cómo no ejercer el oficio literario.
Cartas de los Lectores No 60
Apasionados y apasionantes Confabuladores: Nuestra ligazón y vínculo crecen desaforadamente como una obsesión carnal. Los leo en mis ratos de desvelos, de ensoñación y de mordicante anatema. Por ese motivo, y porque aún permanecen inéditos, les mando algunos fragmentos de mis libros “El onanismo y los arquetipos platónicos” y “Rebelión en el lecho”, donde exorcizo con exultación mis fantasmas y ensueños más inconfesables, investigando a la vez el manantial incesante y con frecuencia perjuro del erotismo. Espero verlos prontamente publicados. Sin otro motivo, les mando un abrazo henchido de palpitaciones mundanas. Atte: Narda Fiory.
R. Los textos aparecerán en una próxima Con-fabulación.
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ADELANTE CONFABULACION. Es placentero y da razón para creer en los que no aceptan la maldad del otro. Con-fabulación hace la defensa de la verticalidad que tiene el hombre justo. Traza el camino que en esta Cartagena de Indias necesitamos recorrer, para dejar atrás la indigencia y la posición avasallante del político corrupto, que nos acecha, como los mosquitos de aguas putrefactas. Juan Vicente Gutiérrez Magallanes
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ESPERA SEMANAL. Les escribo para felicitarlos por tan excelente publicación virtual. Me encantaría inscribirme a Con-Fabulación y recibir una edición semanal a mi correo electrónico. Espero una pronta (y positiva) respuesta. Andrea Rojas
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DESDE BURDEOS. Hola, mil gracias, por todos los artículos: son de interés para mis alumnos de Ciencias Políticas y de Marketing (Master 2) en Francia. Burdeos, Lucía Chamorro Bello
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DESDE MÉXICO. Hola soy la secretaria del poeta sonorense Juan Manz Alaniz y nos interesa que nos manden siempre su revista, gracias. Hiroshima García
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Jim Amaral
El cósmico
El equipo de la revista cultural Común Presencia (Gonzalo Márquez Cristo y Amparo Osorio) conversó con el escultor y dibujante Jim Amaral (Pleasanton California, 1933), radicado en Colombia desde 1954, con motivo de su gran restrospectiva que se inaugura el 9 de octubre en la galería la Cometa de Bogotá. El artista, quien ha creado un inconfundible universo lúdico como dibujante, construido un vasto territorio de objetos perturbadores y un cosmos escultórico de trascendencia internacional. Jim Amaral, punto de referencia ineludible dentro del corpus artístico de América Latina, reflexiona sobre su pulsión creativa. La entrevista completa puede leerse en el No 19 de la revista Común Presencia.
Jim, la primera vez que vimos esos maravillosos seres de alas retorcidas esculpidos en bronce creímos que la esperanza estaba mancillada, y como en la magistral obra «Aquí está el vendedor de hielo» de Eugene O’neill, debíamos denunciar toda ilusión para no vivir en la servidumbre de la espera del advenimiento de una vida mejor.
Jim Amaral: ¡Cuídate de la esperanza!, deberían decirnos en la infancia. Es mejor enfrentarse con lo adverso pues de allí afloran insospechados jardines. Ahora busco en los diferentes pliegues de mi memoria y súbitamente se despiertan los recuerdos. Surge el rostro de un amigo que se suicidó, quizá por ineludibles motivos de soledad e incomprensión y reconozco que ese acto me sumió en una crisis que me fue hundiendo y por la que tuve incluso que acudir al psicoanálisis. Yo veía el futuro negro, en ese momento tenía ya dos hijos y no sabía para donde dirigir el porvenir. Por suerte vi una luz como de luciérnaga y me aferré al arte, que a veces nos salva con su portentoso universo. Encerrado en un cuarto de mi casa comencé a dibujar con pasión creyendo que ese era mi remedio contra la angustia. Sí, a veces, siento que la muerte retrocede.
La siguiente pregunta parecerá como extraída de un cuento de Bradbury: ¿Los personajes de sus esculturas están muertos?
Me he preguntado insistentemente y durante muchos años cómo es morir. Salir de una oscuridad para entrar a otra penumbra, la de la muerte. Mucho de este extraño interrogante está plasmado en mi obra escultórica y por eso la pregunta me altera profundamente. Nadie había visto eso en mis creaciones y quizá no sea así, pero en ese viaje entre dos oscuridades pongo todo mi empeño, para dejar algo que esté a salvo, algo –muy pequeño– que pueda desalojar el miedo que me embarga.
Yo ahora quisiera decir muchas cosas. De mi vida, de mis silencios, retratar el hecho de que los hombres en el planeta gravitamos en un espacio oscuro. Eso me confunde mucho como ser. Y ahora más que nunca pienso que el hombre vive en un conformismo que le venda los ojos. Durante las últimas décadas no observo ninguna rebelión en Occidente, o de existir creo que es inofensiva, ligera, prescindible.
Ni rebelión ni furia filosófica. ¿Qué hicimos con el grito?
No es el tiempo del alarido. Mis figuras callan, se silencian de una forma radical, tal vez como lo preguntaron, muy próxima a la muerte, pues estamos bastante lejos de una expresión creadora o violenta, como aquello que sintió Munch, por ejemplo.
«Los cementerios están llenos de fraudes / las calles están llenas de fantasmas», dice el poeta argentino Roberto Juarroz...
Quizá vivamos en un mundo ya extinto sin saberlo. ¿Quién puede entender bien la luz de las estrellas muertas, sin enloquecer? Por otra parte, con relación a la acotación de la nacionalidad argentina del autor citado, pienso que un poeta no tiene patria. Cuando abandoné Estados Unidos me di cuenta de que el arte es mi única nación, el único lugar donde no soy extranjero. Llegar a Colombia fue algo muy duro. Me sentí rechazado. ¿Quién iba a aceptar a un gringo que llegaba a un círculo cerrado del país, a una élite de gentes inteligentes y de buenas familias? Al principio me encontré completamente indefenso en un territorio plagado de apellidos. ¿Quién iba a aceptarme –reitero– sin indagar mi origen, sin entrometerse en mi vida privada, si apenas era un gringuito nacido en un pequeño pueblo del oeste norteamericano? Sin embargo, ahora lo veo en retrospectiva y con un poco de vanidad: quizá ese primer rechazo que experimenté haya sido lo que produjo mi estrella.
¿La memoria le es dulce…?
Pocas veces. Está también invadida por lobos. Hoy, en la distancia de los años, pienso que nuestra memoria genética es inexorable. Y al decir esto, evoco a mi madre no sólo como una mujer temerosa, sino también de pocas palabras, con quien los diálogos se convertían en algo tan irreal, que mucho de este reflexivo silencio con el transcurrir de los años se fue convirtiendo también en casi una huella digital, porque desde esa esquina de mi vida yo –que siendo muy niño– ya comenzaba a experimentar una tremenda carga de angustia, intentaba suscitar con ella diálogos interiores que nunca llegaron a una orilla reconocible. Fue entonces cuando supe que el entorno donde yo caminaba, donde me movía, era completamente antagónico al de casi todos los seres a mi alrededor. Recuerdo que ante mis soledades y mis interrogaciones no me podía ayudar. Ella no tenía respuestas para mí, como tampoco nadie las tenía. Sé que comunicarse es muy difícil, pero desde aquel entonces y desde aquellos sitios desolados, yo sentí el mundo suspendido y sin palabras.
La palabra es otra de sus obsesiones. Su contienda con el español es notoria, su esfuerzo por hallar el término justo para expresar la idea que lo perturba...
Sí. Fui a Filipinas cuando estuve en la marina, prestando el servicio. Allí en el corazón de la selva teníamos una vida sencilla. Era una experiencia inusitada para mí. Yo manejaba la librería y fue allí precisamente donde comencé a escribir poesía. Lo empírico me determinaba. Mi paso por la universidad fue fugaz. Nunca me gustó ese establecimiento que pretende saberlo todo e ignora todo de la vida, de la existencia. Siempre quise no entender ni tratar de entender. Y aún tengo la certeza de que es en las ráfagas del olvido, del desconocimiento, donde podemos hallar lo nunca imaginado.
Perdón que insistamos, no queremos dejarlo escapar: hay una despiadada soledad, una incomunicación inquebrantable expresada en su mundo escultórico.
Sí. Es como si todas mis obras no sólo representaran un trozo del pasado, sino algo muy íntimo. En verdad siento que la soledad es algo tremendo que le está pasando al hombre contemporáneo. Estamos completamente solos en un planeta que vigila a las estrellas pero cuyos habitantes nos desconocemos y nos ignoramos por completo. Los vecinos son más extraños para nosotros que los extraterrestres. Desde niño fui un solitario, un ser profundamente frágil que muy rápido comprendió y padeció todas las dificultades de la comunicación, es decir, de la incomunicación que ahora reina entre todos los hombres. Por otra parte, el arte es la única comunicación liberadora.
Su inclinación fervorosa hacia la escultura y el dibujo, más marcada que hacia la pintura ¿tiene algún origen específico?
La escultura es algo que me conmueve profundamente y que he estudiado a lo largo de la vida. Quizá hay mucho de mi intento creativo en el enigma de toda esa estatuaria de la antigüedad: Los fenicios, los egipcios, los griegos, los etruscos, que se constituyeron en destacados pueblos en rendir culto a sus dioses a través del simbolismo de las estatuas, y que dejaron ese gran legado para la humanidad, son parte de mi búsqueda. Posteriormente he encontrado grandes hallazgos en artistas como Henry Moore, cuyo aporte a esta forma de arte es invaluable e indiscutible. Si me preguntan sobre la obra de artistas colombianos como Negret o Ramírez Villamizar, sólo podría afirmar que apenas hacen diseño, pues la escultura contiene coordenadas y escalas mucho más profundas y diversas.
Y en cuanto a su dibujo, donde la fragmentación de la figura es invadida por el humor, regreso a una infancia perversa y lúdica…
Mis dibujos son como un ejercicio psicoanalítico, como una exploración en el niño que acecha bajo mi piel y que aún mira por mis ojos. Sin embargo me es muy difícil definirlo, y siento que este equipaje de preguntas, me ha colocado varias veces a la puerta de la psicoterapia, en aquellos momentos en que mi cabeza apenas sale del agua. Cuando la realidad se mueve quedamos desprotegidos, solos, atemorizados y tendríamos que hacer del arte una religión, si queremos que el mundo regrese a su sitio.
Pensando en la poética de sus bronces, ¿cree que algún día llegará la señal que hace tanto estamos esperando?
JA: Me interrogo con frecuencia sobre a dónde vamos y sobre la razón por la cual nunca nos conformamos con aquello que hicimos. Nuestro pasado tiene agujeros, el presente es un desierto y el futuro esconde una trampa. Por ese motivo, estoy seguro, jamás escucharemos la señal cósmica, como tampoco el mensaje, así sea cotidiano, capaz de redimirnos.
Al atardecer descendimos al jardín, allí varios seres metálicos oteaban el firmamento: el «horizonte», que para los griegos tenía un dios específico. Vimos la terrible figura atada cuyo título es «Latitud 4 grados norte, Longitud 74 Oeste», que corresponde a las coordenadas de Colombia. Vimos un hombre taladrado.Vimos varios personajes caídos que aguardaban un signo estelar. Vimos la estatuaria de una nueva isla de Pascua tomada por la aflicción. Vimos un torso con espinas. Vimos la pesadilla de la espera. Vimos un ángel cuyas alas como raíces lo anclaban al suelo. Y entonces Jim advirtió:
–Las ilusiones no nos ayudarán a escapar del terror. Les repito, poetas, ¡cuídense de la esperanza!