Franz Kafka

La más indiscutible virtud de Kafka es la invención de situaciones intolerables. Para el grabado perdurable le bastan unos pocos renglones. Por ejemplo: el animal arranca la fusta de manos de su dueño y se castiga hasta convertirse en el dueño y no comprende que no es más que una ilusión producida por un nuevo nudo en la fusta. O si no: En el templo irrumpen leopardos y se beben el vino de los cálices; esto acontece repetidamente; al cabo se prevé que acontecerá y se incorpora a la ceremonia del templo. La elaboración en Kafka es menos admirable que la invención. Hombres no hay más que uno en su obra: el Homo Domesticus –tan judío y tan alemán-, ganoso de un lugar, siguiera humildísimo, en un orden cualquiera: en el universo, en un ministerio, en un asilo de lunáticos, en la cárcel… El destino de Kafka fue transmutar las circunstancias y las agonías en fábulas. Redactó sórdidas pesadillas en un estilo límpido. No en vano era lector de las Escrituras y devoto de Flaubert, de Goethe y de Swifft. Era judío, pero la palabra judío no figura, que yo recuerde, en su obra. Esta es intemporal y tal vez eterna. Kafka es el gran escritor clásico de nuestro atormentado y extraño siglo. Jorge Luis Borges

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