Yuichi Mashimo: Casa Tiempo II

Es un desterrado de su lengua materna: Escribe en Español y nació en la ciudad de Takasaki, prefectura de Gumma en Japón. Magister en Literatura Latinoamericana de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Es investigador de poesía hispanoamericana y fortuito cantante de rock en japonés. Ha publicado ensayos en su país sobre Neruda, Borges y Paz, entre otros. Su primer poemario Casa Tiempo (2000) apareció en la colección Creación Literaria de la Universidad Javeriana con prólogo de Javier González Luna. Actualmente reside en Japón y se dedica a la docencia en la Universidad de Komazawa, Tokio. La Colección Los Conjurados acaba de publicar Casa Tiempo II, su segundo poemario.

Por Germán Villamizar

Cuando me hablaron de equilibrio inestable en mis ya lejanos estudios de física, el concepto rebotó en mi mente y se perdió en la bruma de lo que no me interesaba. Hoy, al leer el poemario Casa tiempo II, de Yuichi Mashimo, vuelve a mí convertido en una oscura sensación de íntimo desapego que se niega a abandonarme. Emprendemos un tránsito en que las señales se deforman. Hecho de las sustancias más leves, habitamos un lenguaje que gira en todas las direcciones mientras se desplaza hacia todos los lugares, donde siempre se cierra la salida. Nos sentimos exiliados de nosotros mismos. El único norte son «las furtivas nubes». Cuando creemos aferrarnos a las palabras, estas se deshacen en su propia esencia. Nada nos retiene, ni siquiera el insondable tiempo. Trasegamos inestables por puentes improvisados, hurtados al filo del abismo.

En este libro, los versos de barro, sustancia esencial y efímera, dibujan extraños mapas transitorios en que el poeta canta:

camino

tratando de no avanzar

y procurando no permanecer.

El sendero traza surcos elementales en que nos perdemos. Un hilo de agua o un camino de arena dispersos pueden alejarnos aún más de las orillas. ¿A qué nos aferramos, entonces, para salir del remolino que se acuna en cada pliegue de este texto? Moderno y viejo Orfeo, el poeta nos ayuda: la herida heredada, el filo de las palabras, el padre ficticio, el sueño de las piedras huecas, las nubes de una tarde, el tiempo inexorable.

Si aceptamos la invitación de Mashimo a explorar la senda que se abre ante nosotros, debemos ir sin afanes ni presunciones, abandonándonos:

camino

concentrado en mi peso mínimo

para no inventar suficiencia.

A este territorio recién inventado nos convoca el lirismo del poeta, la metáfora que transporta y se deshace en soledad, abandono, desgracia y esperanza porque «volvemos a rehacer lo que nunca hemos hecho», una contradicción que podría disolverse en el tránsito permanente del ser humano, en la búsqueda del poema dicho y deshecho en el instante en que nos herimos la boca con el filo de las palabras.

La pérdida nos ilusiona. La herida nos atrae. Estamos derrotados sin remedio. Entramos en un territorio del que retornaremos otros. Un territorio en que:

las piedras, las plantas y los rumores

son diferentes. Pero soy también uno

de tantos que pacientes reflejaron

la premonición de aquella visión.

En este territorio el lenguaje es un balbuceo, un asombro de las cosas nuevas y de las cosas antiguas que son las mismas. Aquí el mar imponente no es más que una sumatoria de olas vencidas en la playa, un rumor de espuma intrascendente-trascendente que se levanta siguiendo la curva trazada por la continua insatisfacción de la escritura. Aquí sólo el silencio merece la atención del cuerpo.

¿Entramos? Sumemos nuestra herida a otras heridas y conformemos un cuerpo que se abre al «irse de las cosas» y se funde en esta búsqueda imposible del poema.


REZO

Camino
sobre una inmensa superficie de agua
con pasos cautelosos.

Camino
sin dejar estelas
sin provocar ondulaciones.

Camino
tratando de no avanzar
y procurando no permanecer.

Camino
concentrado en mi peso mínimo
para no inventar suficiencia.

Temo nacer.

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