Wislawa Szymborska

Una de las voces más inquietantes de la moderna poesía polaca es Wislawa Szymborska, Premio Nobel de Literatura en 1996, y alguien que no detuvo su labor creadora ni siquiera en los instantes más dramáticos de su nación, o de su itinerario personal. De una poética que buscaba el signo indeleble de la tierra, saltó a una exploración de matices ontológicos, adueñándose poco a poco de un tono singular, donde se funden la claridad cotidiana con las reflexiones existenciales.

Su obra, aunque breve, despierta devoción a lo largo y lo ancho del mundo, y deja un testimonio palpable que parece tener un peso sobre la tierra y hasta regalarnos sombra: Preguntas planteadas a una misma (1954), La sal (1.962), Mil consuelos (1.967), Fin y principio (1993) y De la muerte sin exagerar, son algunos de sus más recordados títulos.


BAJO UNA PEQUEÑA ESTRELLA

Que me disculpe la coincidencia por llamarla necesidad.
Que me disculpe la necesidad, si a pesar de ello me equivoco.
Que no se enoje la felicidad por considerarla mía.
Que me olviden los muertos que apenas si brillan en la memoria.
Que me disculpe el tiempo por el mucho mundo pasado
por alto a cada segundo.
Que me disculpe mi viejo amor por considerar al nuevo
el primero.
Perdonadme, guerras lejanas, por traer flores a casa.
Perdonadme, heridas abiertas, por pincharme en el dedo.
Que me disculpen los que claman desde el abismo el disco
de un minué.
Que me disculpe la gente en las estaciones por el sueño
a las cinco de la mañana.
Perdóname, esperanza acosada, por reírme a veces.
Perdonadme, desiertos, por no correr con una cuchara de agua.
Y tú, gavilán, hace años el mismo, en esta misma jaula,
inmóvil mirando fijamente el mismo punto siempre,
absuélveme, aunque fueras un ave disecada.
Que me disculpe el árbol talado por las cuatro patas de la mesa.
Que me disculpen las grandes preguntas por las pequeñas
respuestas.
Verdad, no me prestes demasiada atención.
Solemnidad, sé magnánima conmigo.
Soporta, misterio de la existencia, que arranque hilos de tu cola.
No me acuses, alma, de poseerte pocas veces.
Que me perdone todo por no poder estar en todas partes.
Que me perdonen todos por no saber ser cada uno de ellos,
cada una de ellas.
Sé que mientras viva nada me justifica
porque yo misma me lo impido.
Habla, no me tomes a mal que tome prestadas palabras patéticas
y que me esfuerce después para que parezcan ligeras.

(Versión de Abel A. Murcia)

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