Homenaje nacional a Alberto Osorio

Hubo un tiempo, exageradamente vindicado por los nostálgicos, en el que la música no necesitaba de grandes agentes ni de estratagemas comerciales ni de falacias publicitarias, sino que se transmitía, natural como el pensamiento o el oxigeno, por la acción del entusiasmo que despertaba su belleza inasible, por la fuerza de su mensaje y los deseos impronunciables que diseminaba en sus afortunados receptores. Este tiempo, ya olvidado por la gran mayoría, dio unos frutos de misteriosa belleza, uno de los cuales se llamó bolero, género controvertido pero inderrotable, como lo demuestra el vil saqueo a que lo someten en la actualidad los figurines de la canción comercial, que si bien han prescindido de la voz cuentan con los recursos bancarios para comprar un marketing, en el que vaya incluido el pasado.
Los boleristas marcan una época que, por lo menos en el ensueño, era menos ruda y violenta, menos rapaz y cargada de zozobras, y donde el amor no se había contaminado de vileza y no presentaba todavía las características de una miserable transacción pragmática. Los nombres míticos de Agustín Lara, Alfonso Ortiz Tirado, Pedro Vargas, Lucho Gatica, Alfredo Sadel, María Luisa Landinez, La gitanilla Betty Meléndez o Toña la Negra, aderezan con satisfactoria eficacia su eclipsante prontuario.
Entre nosotros, en medio de la borrasca eternal y las batallas incansables, también existen nombres fulgurantes y se constituyen ya en nuestros imprescindibles clásicos populares: Víctor Hugo Ayala, Carlos Julio Ramírez, Alberto Granados, Matilde Díaz, Berenice Chávez y, por supuesto, el Caballero de la Canción, Alberto Osorio, quién a sus 82 años todavía es capaz de paralizar un auditorio interpretando ilustres catedrales de nuestra sentimentalidad como “Señora Tentación”, “Por la vuelta”, “Plegaria”, “Puente roto”, “Madrigal”, “Sombras” o “El risque”.
Se trata de un artista trashumante y sonámbulo, nacido en las agrestes tierras de Boyacá, donde creció siendo un díscolo estudiante, cosa que nunca le preocupó demasiado, ocupado como estaba en domeñar las tonalidades del canto para que de su garganta brotaran saudades, abrazos, distancias, encuentros, transitorios paraísos e inobjetables noches. Pertenece a la generación que se formó en “Los días de Radio”, cuando los medios de comunicación aún necesitaban y requerían de la imaginación colectiva para consumar la magia.
Grabó más de treinta discos, recorrió varias veces América ofreciéndose como puente para los enamorados pero también para los solitarios, tuvo muchos amores pero solamente uno sobrevivió en la memoria, compartió escenario con Don Pedro Vargas, Chavela Vargas, Alfredo Sadel, Celia Cruz y Orlando Contreras, ha sido condecorado y alabado, pero su sueño es que una canción suya sobreviva en el tiempo, y enlace con su fuego a los amantes del porvenir.
El jueves 2 de octubre, a las siete y media de la noche, todos esos años de trabajo sensorial se encontrarán en un par de horas temblorosas, cuando Alberto sea nacionalmente homenajeado, en un evento en el que estarán presentes entre otros, Víctor Hugo Ayala, Jaime Llano González y Jaime Hernández, acompañados por la Orquesta Filarmónica de Bogotá.
Será la oportunidad de escuchar a los últimos delicados.


(Teatro Antonio Nariño, Calle 26- 51-53, Jueves 2 de octubre, 7 pm. Boletería Tels: 6 08 47 15, 4 83 24 75 , 6 19 50 16.
Recital promovido por el Fondo Mixto de Cultura de Boyacá).

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