Jim Amaral

El cósmico

El equipo de la revista cultural Común Presencia (Gonzalo Márquez Cristo y Amparo Osorio) conversó con el escultor y dibujante Jim Amaral (Pleasanton California, 1933), radicado en Colombia desde 1954, con motivo de su gran restrospectiva que se inaugura el 9 de octubre en la galería la Cometa de Bogotá. El artista, quien ha creado un inconfundible universo lúdico como dibujante, construido un vasto territorio de objetos perturbadores y un cosmos escultórico de trascendencia internacional. Jim Amaral, punto de referencia ineludible dentro del corpus artístico de América Latina, reflexiona sobre su pulsión creativa. La entrevista completa puede leerse en el No 19 de la revista Común Presencia.



Jim, la primera vez que vimos esos maravillosos seres de alas retorcidas esculpidos en bronce creímos que la esperanza estaba mancillada, y como en la magistral obra «Aquí está el vendedor de hielo» de Eugene O’neill, debíamos denunciar toda ilusión para no vivir en la servidumbre de la espera del advenimiento de una vida mejor.

Jim Amaral: ¡Cuídate de la esperanza!, deberían decirnos en la infancia. Es mejor enfrentarse con lo adverso pues de allí afloran insospechados jardines. Ahora busco en los diferentes pliegues de mi memoria y súbitamente se despiertan los recuerdos. Surge el rostro de un amigo que se suicidó, quizá por ineludibles motivos de soledad e incomprensión y reconozco que ese acto me sumió en una crisis que me fue hundiendo y por la que tuve incluso que acudir al psicoanálisis. Yo veía el futuro negro, en ese momento tenía ya dos hijos y no sabía para donde dirigir el porvenir. Por suerte vi una luz como de luciérnaga y me aferré al arte, que a veces nos salva con su portentoso universo. Encerrado en un cuarto de mi casa comencé a dibujar con pasión creyendo que ese era mi remedio contra la angustia. Sí, a veces, siento que la muerte retrocede.

La siguiente pregunta parecerá como extraída de un cuento de Bradbury: ¿Los personajes de sus esculturas están muertos?

Me he preguntado insistentemente y durante muchos años cómo es morir. Salir de una oscuridad para entrar a otra penumbra, la de la muerte. Mucho de este extraño interrogante está plasmado en mi obra escultórica y por eso la pregunta me altera profundamente. Nadie había visto eso en mis creaciones y quizá no sea así, pero en ese viaje entre dos oscuridades pongo todo mi empeño, para dejar algo que esté a salvo, algo –muy pequeño– que pueda desalojar el miedo que me embarga.

Yo ahora quisiera decir muchas cosas. De mi vida, de mis silencios, retratar el hecho de que los hombres en el planeta gravitamos en un espacio oscuro. Eso me confunde mucho como ser. Y ahora más que nunca pienso que el hombre vive en un conformismo que le venda los ojos. Durante las últimas décadas no observo ninguna rebelión en Occidente, o de existir creo que es inofensiva, ligera, prescindible.

Ni rebelión ni furia filosófica. ¿Qué hicimos con el grito?

No es el tiempo del alarido. Mis figuras callan, se silencian de una forma radical, tal vez como lo preguntaron, muy próxima a la muerte, pues estamos bastante lejos de una expresión creadora o violenta, como aquello que sintió Munch, por ejemplo.

«Los cementerios están llenos de fraudes / las calles están llenas de fantasmas», dice el poeta argentino Roberto Juarroz...

Quizá vivamos en un mundo ya extinto sin saberlo. ¿Quién puede entender bien la luz de las estrellas muertas, sin enloquecer? Por otra parte, con relación a la acotación de la nacionalidad argentina del autor citado, pienso que un poeta no tiene patria. Cuando abandoné Estados Unidos me di cuenta de que el arte es mi única nación, el único lugar donde no soy extranjero. Llegar a Colombia fue algo muy duro. Me sentí rechazado. ¿Quién iba a aceptar a un gringo que llegaba a un círculo cerrado del país, a una élite de gentes inteligentes y de buenas familias? Al principio me encontré completamente indefenso en un territorio plagado de apellidos. ¿Quién iba a aceptarme –reitero– sin indagar mi origen, sin entrometerse en mi vida privada, si apenas era un gringuito nacido en un pequeño pueblo del oeste norteamericano? Sin embargo, ahora lo veo en retrospectiva y con un poco de vanidad: quizá ese primer rechazo que experimenté haya sido lo que produjo mi estrella.

¿La memoria le es dulce…?

Pocas veces. Está también invadida por lobos. Hoy, en la distancia de los años, pienso que nuestra memoria genética es inexorable. Y al decir esto, evoco a mi madre no sólo como una mujer temerosa, sino también de pocas palabras, con quien los diálogos se convertían en algo tan irreal, que mucho de este reflexivo silencio con el transcurrir de los años se fue convirtiendo también en casi una huella digital, porque desde esa esquina de mi vida yo –que siendo muy niño– ya comenzaba a experimentar una tremenda carga de angustia, intentaba suscitar con ella diálogos interiores que nunca llegaron a una orilla reconocible. Fue entonces cuando supe que el entorno donde yo caminaba, donde me movía, era completamente antagónico al de casi todos los seres a mi alrededor. Recuerdo que ante mis soledades y mis interrogaciones no me podía ayudar. Ella no tenía respuestas para mí, como tampoco nadie las tenía. Sé que comunicarse es muy difícil, pero desde aquel entonces y desde aquellos sitios desolados, yo sentí el mundo suspendido y sin palabras.

La palabra es otra de sus obsesiones. Su contienda con el español es notoria, su esfuerzo por hallar el término justo para expresar la idea que lo perturba...

Sí. Fui a Filipinas cuando estuve en la marina, prestando el servicio. Allí en el corazón de la selva teníamos una vida sencilla. Era una experiencia inusitada para mí. Yo manejaba la librería y fue allí precisamente donde comencé a escribir poesía. Lo empírico me determinaba. Mi paso por la universidad fue fugaz. Nunca me gustó ese establecimiento que pretende saberlo todo e ignora todo de la vida, de la existencia. Siempre quise no entender ni tratar de entender. Y aún tengo la certeza de que es en las ráfagas del olvido, del desconocimiento, donde podemos hallar lo nunca imaginado.

Perdón que insistamos, no queremos dejarlo escapar: hay una despiadada soledad, una incomunicación inquebrantable expresada en su mundo escultórico.

Sí. Es como si todas mis obras no sólo representaran un trozo del pasado, sino algo muy íntimo. En verdad siento que la soledad es algo tremendo que le está pasando al hombre contemporáneo. Estamos completamente solos en un planeta que vigila a las estrellas pero cuyos habitantes nos desconocemos y nos ignoramos por completo. Los vecinos son más extraños para nosotros que los extraterrestres. Desde niño fui un solitario, un ser profundamente frágil que muy rápido comprendió y padeció todas las dificultades de la comunicación, es decir, de la incomunicación que ahora reina entre todos los hombres. Por otra parte, el arte es la única comunicación liberadora.

Su inclinación fervorosa hacia la escultura y el dibujo, más marcada que hacia la pintura ¿tiene algún origen específico?

La escultura es algo que me conmueve profundamente y que he estudiado a lo largo de la vida. Quizá hay mucho de mi intento creativo en el enigma de toda esa estatuaria de la antigüedad: Los fenicios, los egipcios, los griegos, los etruscos, que se constituyeron en destacados pueblos en rendir culto a sus dioses a través del simbolismo de las estatuas, y que dejaron ese gran legado para la humanidad, son parte de mi búsqueda. Posteriormente he encontrado grandes hallazgos en artistas como Henry Moore, cuyo aporte a esta forma de arte es invaluable e indiscutible. Si me preguntan sobre la obra de artistas colombianos como Negret o Ramírez Villamizar, sólo podría afirmar que apenas hacen diseño, pues la escultura contiene coordenadas y escalas mucho más profundas y diversas.

Y en cuanto a su dibujo, donde la fragmentación de la figura es invadida por el humor, regreso a una infancia perversa y lúdica…

Mis dibujos son como un ejercicio psicoanalítico, como una exploración en el niño que acecha bajo mi piel y que aún mira por mis ojos. Sin embargo me es muy difícil definirlo, y siento que este equipaje de preguntas, me ha colocado varias veces a la puerta de la psicoterapia, en aquellos momentos en que mi cabeza apenas sale del agua. Cuando la realidad se mueve quedamos desprotegidos, solos, atemorizados y tendríamos que hacer del arte una religión, si queremos que el mundo regrese a su sitio.

Pensando en la poética de sus bronces, ¿cree que algún día llegará la señal que hace tanto estamos esperando?

JA: Me interrogo con frecuencia sobre a dónde vamos y sobre la razón por la cual nunca nos conformamos con aquello que hicimos. Nuestro pasado tiene agujeros, el presente es un desierto y el futuro esconde una trampa. Por ese motivo, estoy seguro, jamás escucharemos la señal cósmica, como tampoco el mensaje, así sea cotidiano, capaz de redimirnos.

Al atardecer descendimos al jardín, allí varios seres metálicos oteaban el firmamento: el «horizonte», que para los griegos tenía un dios específico. Vimos la terrible figura atada cuyo título es «Latitud 4 grados norte, Longitud 74 Oeste», que corresponde a las coordenadas de Colombia. Vimos un hombre taladrado.Vimos varios personajes caídos que aguardaban un signo estelar. Vimos la estatuaria de una nueva isla de Pascua tomada por la aflicción. Vimos un torso con espinas. Vimos la pesadilla de la espera. Vimos un ángel cuyas alas como raíces lo anclaban al suelo. Y entonces Jim advirtió:

–Las ilusiones no nos ayudarán a escapar del terror. Les repito, poetas, ¡cuídense de la esperanza!

Al salir notamos con extrañeza que permanecía inmutable el planeta Tierra.

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